lunes, 6 de diciembre de 2021

Mapeando mi cuerpo


Mientras las geobrujas estaban dando las indicaciones, mi idea era clara: manifestar mi cuerpo con objetos que representan el peso/influencia que ha tenido el territorio sobre él.


Inmediatamente pensé en mis pies y en todos los lugares que he recorrido y conocido a partir de correr con ellos, así que pensé y utilicé mis playeras de las carreras más bonitas en las que he participado, porque no solo son los territorios que he conocido sino lo que sentí mientras los recorría: la fatiga, desafíos, cansancio, todo con un toque de felicidad endorfinosa.

En mis pantorrillas puse los muñecos que hace y me ha regalado mi mejor amiga porque sus visitas terminan inevitablemente con dolor de pantorrillas por recorrer varias partes de la ciudad en un solo día. 

Mis rodillas aún no se chingan a pesar de tanta friega que les he metido, y aguantaron dos semanas de gimnasio, un espacio al que nunca volvería, por eso las puse sólidas como pesas.

Cuando pensé en mis piernas me descubrí entrando a otro tipo de territorio, el de mis complejos e inseguridades. Un territorio áspero que representé con objetos que al pensar en ellos me hacen pensar en mis piernas: los azúcares, las grasas y cremas que compensan un poco esas inseguridades. Mis piernas enemigas amigas. 

Conforme iba subiendo, los territorios que han construido mi cuerpo se volvieron más complejos, más políticos y experienciales. Como el caso de mi espacio sexual/reproductor. ¿Cómo representar mi vagina y órganos sexuales sin que sea incómodo? Y ahí caí en cuenta que esa parte de mi cuerpo se ha convertido en una disputa de poder, ¿por qué pienso en no hacer sentir incomodidad cuando es algo normal y me pertenece? Por eso lo representé con el pañuelo verde, simbolo de lucha feminista, de una lucha extensa para que esa parte de mi cuerpo me pertenezca a mí y a nadie más. Además, agregué una concha con el propósito de "incomodar" y de exaltar su presencia.

Mi estómago ha recorrido varios territorios experienciales a través de la comida y las cervezas locales. Por eso puse una alcancía vacía de un cerdo, porque gracias a estos recorridos, mi estómago se ha inflado y mis ahorros vaciado. Pero las experiencias a través de las especias en la comida y bebidas me ha llevado a tejer redes muy fuertes en las mesas con familia, amigos y desconocidos.

En mi caja torácica están mapas de la Ciudad de México, ya que mis pulmones están llenos del aire contaminado de la ciudad y mi cuerpo ha aprendido a vivir con esa cantidad de smog, También hay una copalera porque también hay lugares en la ciudad que le dan una limpia a nuestros pulmones, como en la Magdalena Contreras.

Mis cenos están representados con dos aretes de flores que también me regaló mi mejor amiga, porque con ella, en su primer departamento pude por primera vez andar en pelotas sin prejuicios. Su departamento fue un espacio seguro para mi y mi cuerpo.

De corazón me puse un ámbar, una piedra que aprendí a distinguir y oler cuando trabajé en una joyería en Playa del Carmen. Cuando regresé a vivir a la CDMX en un recorrido por el centro, mi padrino me pidió que eligiera un ámbar de los puestos que antes estaban tendidos a lado de la catedral y me lo regaló.  

Mis brazos están representados con utensilios de cocina porque como ellos, son útiles.

Mi cara tiene cápsulas de café usadas porque le atribuyo al café que mis ojos se abran por las mañanas. Mi boca es una flor de lavanda que he cultivado en mi patio y mi cerebro está lleno de cráneos de colores que he recogido en otros recorridos y constantemente pienso en qué otros territorios recorreré cuando mis pensamientos se apaguen. 

Finalmente, todos estos territorios corporales representados por objetos, están cubiertos de luz porque quizá solo hable de lo bonito y bueno, pero también hay oscuridad en cada uno de los objetos, por lo que la luz habla de mi visión positiva de la vida. Porque sí, los territorios marcan nuestros cuerpos de ambas maneras pero en lo personal, muy muy personal, no me gustaría que se oscureciecen esas experiencias (aunque es inevitable).


viernes, 5 de noviembre de 2021

Actualización de un año suicida

 

Hola, ya sé, ya sé... han pasado 84 años desde la última vez que publiqué en mi diario digital.

Bueno, pues esta es la actualización del 2021, 27 años de edad, semáforo verde en la CDMX durante la pnademia,  68kg de grasa y poca agua, con meses sin ejercicio y mucha cerveza y muchos malos habitos.

Comienza a preocuparme mi edad, muy probable porque soy mujer. La edad nos afecta de diferente manera a que a los hombres, tanto física como mental y culturalmente. Está mal que tengas abajo de 30 y te veas de la chingada, pero está increíble que tengas más de 25 y te veas más joven.

En fin, justo hoy estaba pensando en todo lo que mis amigas a las que más he querido han estado haciendo con su vida y wow, cada vez las admiro más y mi amor por ellas solo crece. Me dan ganas de ser como ellas, de salir de mi zona de confort y aventurarme a hacer algo, a cambiar. 

Una de ellas fue mamá joven porque chinguesumadre y la está armando chido con su negocio. Otra se lanzó a la aventura después del temblor del  17s, también dijo algo así como: no necesito esta mierda de la incertidumbre del derrumbe, y pum, ahora vive la vida hippie que quiero vivir, dejando atrás todo conocimiento preestablecido y remplazándolo con conocimiento empírico. Otra amiga a la que amo mucho emprendió su aventura tratando de alcanzar el famoso sueño americano, dejó atrás todo, hasta el que probablemente ha sido el mejor novio que ha tenido en su vida. Pero qué pinches ovarios, ¿no? 

Es inevitable hacer una comparación de mi vida sedentaria con la de ellas, han tenido el valor de darle un giro de casi 360° a su vida y yo, aquí, pensando en mil maneras de cambiar mi vida y sin encontrar el valor para hacer por lo menos una. Mis pretextos son los de siempre, tengo que terminar mi licenciatura, ya estoy con Ruben (y finalmente las decisiones que tome ya no solo me afectan a mí, tengo que considerarlo en cualquier decisión que tome y eso, quizá me pesa un poco mucho), que no tengo el dinero, que habrá tiempo, etc.. ¿cuándo chingados me atreveré hacer algo que me haga salir de mi zona de confort? Ahora, obvio no olvidé en pensar que en realidad mi zona de confort es un privilegio, es decir, nunca he tenido que estar en una situación que mi impulse a hacer algo que cambie mi vida. Vivo en el piuro pinshi privilegio y agradezco. 

Agradezco porque me está dando la oportunidad de hacer cosas que me gustan como aprender y sobre todo, porque el privilegio no solo me da la oportunidad de ayudarme a mí sino que tengo que aprovechar para ayudar a otros. Ayudar a que ser madre sea una decisión informada y que si se decide, se tenga todas las herramientas para que se pueda ser madre soltera sin ser un adjetivo negativo. Para poder ayudar a las personas que viven en zonas de riesgo, zonas que no están aptas para habitar. Para que las personas no tengan que irse de su país para poder tener una mejor vida, para que lo que hagan mis amigas no sea un acto de valentia sino una decisión libre.

Es por eso que estos últimos dos meses me la he pasado trabajando en dos cosas que me agradan y que me ha dado mi licenciatura: comencé mi carrera como socioterritoriologa en el programa Tequio-Barrios, de pasante, sin paga pero haciendo mapas que nos hagan identificar las zonas que necesitan atención prioritaria en cada alcaldía. Zonas que necesitan atención en el territorio.

Además, en mi tesis estoy trabajando la geografía feminista, un nuevo mundo metodológico que abre camino a la invisibilización de las mujeres en la ciudad.

miércoles, 19 de mayo de 2021

Desastre pre 27

 No he hecho mucho de lo que me gustaría estar haciendo porque ni siquiera sé qué me gustaría estar haciendo. También, de cierto modo es porque estamos en medio de una pandemia y, por otra parte, es difícil salir de mi zona de confort cuando no sé hacia dónde quiero ir o hacer con exactitud.

Mi plan, el que siempre cuento, es que quiero seguir así hasta terminar mi licenciatura: 6 materias (dos cada trimestre porque así lo organizaron), proyecto terminal, servicio social y movilidad; pero la realidad es que ni siquiera estoy esforzándome para terminarla. No quiero y no voy a dejarla pero tampoco me siento muy segura de que la voy a terminar este año.

Por un lado, creo que está bien y que debo de aprovechar estar así de cómoda (con un trabajo ¡meh! en el que no gano lo suficiente para poder sobrevivir y mucho menos para ayudar a mi mamá o ahorrar; estudiando a medias y manteniendo mi casa también a medias)  porque es muy probable que más adelante no pueda hacerlo, es decir, no pueda echar la hueva tanto como lo estoy haciendo ahora, sin tanto consentimiento. Me siento como una Moni adolescente.

Por otro lado, espero que terminando de escribir esto me de cuenta de qué es lo que me hace falta o que necesito cambiar para no sentirme así de zombie. Porque hay veces en las que me siento drogada o ebria, es decir, recuerdo partes de mi día y de algunos acontecimientos pero no detalles como lo hacía antes. Mis pensamientos son tantos que aunque esté haciendo algo importante mis pensamientos ocupan el espacio del momento y mi momento desaparece. Me pasa cuando platico. A veces me da miedo pensar en que no pueda recordar nada, ni siquiera la cara de Rubén o de mis amigos. Por eso, trato de sentarme en frente de ellos cuando estoy hablando con ellos.

No estoy segura pero creo que pueden existir dos culpables: las redes sociales y no hacer ejercicio y no, el yoga todavía no me llega, me cuesta trabajo meditar, siquiera intentarlo llena mi cabeza de mugre.