viernes, 13 de mayo de 2016

Yo, los hospitales y las bolas de estambre

Entonces, hace mucho tiempo que no escribo nada de nada. Nada me inspira para escribir, cada día mi mente tiene más y más líos y bolas de estambre que deshacer pero, lo evito. Evito pensar en muchas cosas e imagino que si no las pienso desaparecerán pero, el problema es que me pican la cabeza de cuando en cuando y no desaparecen y sólo me incomodan.

No hay que perder de vista que este año me ha ido de la chingada. En lo que va del año, he estado tres veces en el hospital por diferentes causas. Esta última vez, entré en pánico y salí corriendo (literal) porque no soporté estar en ese ambiente otra vez. Sólo de pensarlo me siento mal. Es horrible estar en un hospital, de cualquier manera.

La primera vez que estuve involucrada con un hospital fue cuando mi abuelito Felipon (así le decíamos de cariño) falleció. Estuve afuera del hospital porque no dejaban pasar niños (aun o sé si eso era verdad o mi mamá no quería que lo viéramos en esas condiciones) pero, recuerdo con claridad cómo me imaginaba entrando a su cuarto y arrojandome sobre él para darle un abrazo y después, mostrarle la carta que le había hecho. Imaginaba el cuarto blanco, con mucha luz, él cerca de la ventana y con flores a un lado. También, imaginaba su fiesta sorpresa cuando regresara a casa. Imaginé los adornos y planeaba cuáles iba a hacer yo. Nunca regresó a casa.

Recuerdo, también, que mi mamá estaba preocupada por cómo decirnos la noticia; pero, a pesar de ser niños, sabíamos lo que había pasado, sin que nadie nos lo tuviera que decir. A pesar de eso, esperamos a que mi mamá pudiera hablar y nos lo dijera con sus propias palabras. Estaba casi incontrolable, lógico, el papá que más la procuraba había fallecido y, al mismo tiempo, temía que nosotros sintiéramos lo mismo que ella y, su labor de madre era ahorrarnos ese pesar. Yo lo sabía, o al menos sospechaba que eso era lo que sentía, así que, después de darnos la noticia, le dije: no te preocupes, a mí no me duele tanto. Ese fue mi más grande fucked up en una situación tan delicada, y también, mi primera experiencia relacionada con un hospital.

Después, nació mi prima Belén. Recuerdo que mi tío Chuy estaba muy preocupado por ‘no recuerdo qué’ pero el proceso de alumbramiento no había sido de 'a' a 'b'. Seguía siendo pequeña y sólo me quedé en la planta baja del hospital.

A mis veinte un años comenzaron las experiencias fuertes relacionadas con hospitales. Dos días después de mi cumpleaños 21, nació mi hermanita y me hice responsable de todo el papeleo y todo lo relacionado con el hospital. Fui la única que subió a piso a ver a mi mamá y también vi los restos de sangré cuando pasé a recoger sus cosas. Esa fue la primera vez que sentí miedo adentro de un hospital. Pero era más mi emoción por ser, por primera vez, el adulto responsable a cargo de la situación, que opacó completamente ese sentimiento "raro" de preocupación y miedo.

Después, siguió mi racha de visitas a hospitales cada medio mes. En marzo falleció mi abuelita, y fue la primera vez que entré a la sala de urgencias de un hospital, lástima que se trataba del ISSTE, donde las condiciones son deplorables. Nueva sensación: jodidez. 

Aún tengo muy fresco todo lo que pasó en mi visita, recuerdo cómo me molesté con mi familia porque querían que estuviera ahí con ellos todo el día a pesar de que no podía pasar a ver a mi abuelita. Recuerdo cómo me pidieron que le diera mi espacio de visita a la señora que le iba a dar la comunión. Recuerdo que estuve un día y medio esperando que mi mamá y mi tío se pusieran de acuerdo para dejarme entrar. Recuerdo que me enojé porque no fui a mis Chapters de Women in Sciences de Epic Queen. Recuerdo que cuando empezaron a llamar para visita, olvidé el nombre completo de mi abuelita. Recuerdo que estaba nerviosa porque llevaba muchas cosas que mi familia quería que le mostrara a mi abuelita. Recuerdo todo lo que me dijo y me pidió, en especial, recuerdo que me contó que mi abuelito había ido en la mañana para regañar a los enfermeros que no estaban haciendo su trabajo. La recuerdo. Recuerdo sus historias de juventud y cuando Pedro Infante trató de darle un bombón en la boca cuando caminaba sobre la Alameda. Recuerdo lo grosera que era al no ir a visitarla y ahora, ese sentimiento de deber ya no existe. Recuerdo cómo planeé gravar esas historias que le gustaba contarme y que me gustaba escuchar. Recuerdo cómo planeaba salidas al cine o a otros lugares que por falta de dinero y tiempo nunca hice. Recuerdo que nunca le dije nada de esto. Recuerdo que salí con ganas decirle a mi familia que eran unos dramáticos porque mi abuelita se veía y estaba bien. Recuerdo que esa noche me hablaron para avisarme que se había ido. 

Nunca me habían notificado algo tan crudo y cruel. Fue la primera vez que yo le avisé a alguien sobre la muerte de un familiar. Comencé a temblar de los nervios y lloré porque tenía miedo. 

Porque por alguna extraña razón es un sentimiento fuerte y sin descripción.

Quince días después, tuve mi primera vez en infinidad de cosas, otra vez. Y a pesar de que ya escribí al respecto, aún tengo un nudo en la garganta cada vez que mi mente profundiza en el hecho de que pude haber muerto y sin embargo estoy aquí. Tengo una serie de preocupaciones y de asombros todos los días. Vivo con una cicatriz que aún no sé qué tiene que recordarme, una cicatriz que aún no quiero estigmatizar con una enseñanza porque aún no sé cuál es. Y todos los días pienso en cuál podría ser la moraleja de la historia y todo se complica porque sigo siendo, de alguna forma, esa estúpida niña grosera que no valora muchas cosas. Trato, pero a veces lo olvido. 

Aunque, creo que dos cosas cambiaron: ahora cuido un poquito más mi alimentación y soy mucho más amable y agradecida con las personas, porque me di cuenta de cuántas son las personas a las que les importo y me aman y, pienso que hasta que trabaje y los pueda invitar infinidad de veces a comer o comprarles muchas cosas lindas, no habrá manera de agradecer. 

Mucha gente ve este tipo de cosas como segundas oportunidades y así, pero no quiero ser una cursi de la vida y la muerte.

Y para finalizar (lo escribo con la esperanza de que realmente finalice), mi abuelito va al hospital de urgencia. 

Como una forma de comenzar a hacer lo que acostumbraba (y porque mis hermanos son unos completos imbéciles para arreglar cosas), me ofrecí a hacer todo el papeleo para el hospital. Me costó trabajo porque había trámites que tenía que hacer especificamente mi padre, y fue  difícil sacarlo a hacer algo que no le gusta.

De los cinco días que mi abuelo lleva en el hospital, hoy dediqué todo un día para ir a visitarlo. Mi decisión fue mala porque hoy tenía cosas importantes que hacer en la escuela y, por no hacerlas, me perjudicaran a la larga. Pero, al final, fue hoy.

A parte de lo hormonal, me siento triste por cómo está mi abuelito. Siempre fue muy regañón y regularmente me escondía de él porque no quería que me dijera cosas o me pusiera a hacer quehacer. Nunca tuvimos una conversación fluida porque le tenía miedo pero, fue después de mi operación que me sentí con la obligación de llevarlo al  hospital para que lo revisaran. Hoy no quería estar en el hospital, no me sentía cómoda. Antes de entrar al cuarto, casi colapso en llanto. 

Todas mis experiencias en hospitales estaban en el marco de la puerta de la habitacion. Todos los sentimientos estaban en los pasillos, deambulando junto con enfermedad. 

No quería ver el cuarto, ni la camilla, ni las batas, ni las mesas de comida, ni las lámparas, ni las ventanas. No quería ver a los enfermos, no quería ver la vejez de mi abuelito.

Volteé a ver el pasillo donde estaba el elevador. Sí, lo pensé pero, tomé una bocanada de aire y entré al cuarto.

Nunca había hablado tanto con mi abuelo, hablamos de muchas cosas. Lo observé, jamás lo había observado tanto como hoy: su piel blanca, sus manchas cafés de vejez, sus ojos casi sanos, su cabello abundante y cano. Es un viejito guapo, presentable y macizo. Su esqueleto es tan ancho que no se nota su anemia. Lo observé y no mostré otro gesto de cariño, sólo mi mirada. Olvidé los problemas y lo difícil que sería esta nueva etapa si regresa a casa, sólo quería, deseaba que estuviera bien, que se sintiera querido. A pesar de eso, no lo abracé. 

Es fuerte recordar detalles, detalles que causan emociones. Es difícil vivir con esos detalles.


Una de las cosas que más me conflictua es que las personas más cercanas a mí (que no son mi familia), no entienden todo este drama y, me gustaría que alguien a quien admire por la forma en la que resuelve su vida, me aconsejara, indirectamente, lo que tengo que hacer y, aunque suene patético, lo que tengo que sentir. Es un desmadre crear tus propios criterios, pensamientos y recuerdos de experiencias tan complicadas. Complicadas porque involucran una infinidad de sentimientos encontrados. Aunque no todo ha sido bolas de estambre, también, se han desarrollado días felices encima de los días complicados y eso me hace sentir que mi buena suerte aun no desaparece por completo.