Es ese momento del año en el que me toca escribir mucho. Siempre el primer trimestre del año, siempre.
El domingo fui al hospital y me operaron de urgencia porque tenía tres cuartos de sangre en mi vientre y no sabían qué lo estaba causando. Recuerdo absolutamente todo, desde el momento en el que me levante hasta el día que me dieron de alta. Sigo en shock, aun no creo que algo así me haya pasado, que tendré una cicatriz gigante (en mi parte ex-favorita del cuerpo) por el resto de mi vida y que estaré veinte días guardada en un lugar muy muy alejado de la civilización hasta que me cure, sin poder hacer lo que me gusta: estar con Ruben, salír, hacer cosas super cool, conocer lugares nuevos, estar con mis amigos, correr, jugar tocho, ir al Depo, y disfrutar mi amada CDMX. Me siento frustrada, inútil, cansada, triste. Mal.
Cada día estoy mejor físicamente, fueron días muy duros porque básicamente me hicieron un
power reset: me abrieron, me movieron casi todos mis órganos para limpiar la sangre regada, me quitaron parte de un ovario y el foliculo que estaba causando la hemorragia, me cerraron, estuve dos días sin comer y no pude caminar hasta un día después de la operación. ¿Así de mierda es cada vez que te operan?
En Grey's Anatomy lo pintan más bonito.
Para explicar mejor cómo me siento, empezaré a contar desde un día antes, porque fue uno de mis días perfectos preferidos.
Sábado 19 de marzo del 2016.
El viernes en la noche me quedé con Roobie después de haber ido a casa de Mike a preparar pizza y a beber cerveza. Nos despertamos temprano, nos bañamos, fuimos al súper, comimos unos chilaquiles súper picosos, pasamos por Jimena (la abuelita de Roob nos salvó de una infección estomacal al lavar las naranjas y cortarlas higiénicamente -IRONÍA-). Fuimos al partido y fue el mejor juego que he jugado en mi vida. Por primera vez en todo mi tiempo de jugadora (un año), me sentí parte de un equipo a toda madre, entregado, inteligente, divertido, entrón: a toda madre. Y también me sentí súper chingona desarrollando mi papel de quarterback. Ganamos el partido y, presumo que apenas nos completamos 6 de las 7 jugadoras que debíamos ser, aunque a veces éramos 5 porque Aiko salía a cuidar a sus hijos, y aún así, ganamos y nos la pasamos súper padre.
Después del partido fuimos a comer a los Abanicos (mi segundo lugar preferido de tacos) y en la tarde-noche estuvimos en casa de Carlitos platicando de lo genial que está nuestro equipo, de la buena dirección que ha tomado Velociraptors, de las cualidades y lo buenas que son cada una de las jugadoras, del trofeo que vamos a ganar este torneo, etc. Después de sentirme un poco incómoda de tanto alago, nos fuimos a dormir sin puta idea de lo que estaba por venir.
Domingo 20 de marzo de 2016.
Me desperté a las 9:20 de la mañana, fui al baño como es normal todas las mañanas, con la peculiaridad de un dolor en el vientre. No lograba identificar el dolor. Me volví a acostar con la esperanza de que fuera pasajero y desapareciera pero, se volvió más intenso. Ruben se levantó a mover el carro. Lo primero que pasó por mi cabeza fue que se me había roto la vejiga. Busqué en Internet los síntomas pero, antes de empezar a leer, llegó Ruben y le dije cómo me sentía. Él reaccionó de la misma forma que yo al principio: me pidió que me recostara (esperando que pasara el dolor). Me volví a recostar, pero sólo por un momento porque, el dolor era cada vez más incomodo. Me ofreció llevarme al Similares pero le dije que mejor me llevara a urgencias, sugirió la Clínica 25, que es el hospital que me corresponde del Seguro Social. Mientras todo esto pasaba, mi subconsciente me decía que no era nada grave y que al final, íbamos a pasar un domingo perfecto. La más grande traición de mi subconsciente. Mientras Ruben estaba en el baño, se me bajó la presión y aunque me sentía fatal, seguí vistiéndome porque lo que quería era llegar pronto al doctor para que me dijeran qué demonios era ese dolor desconocido. Fui por un yogurt para que el azúcar se me estabilizara. Tomé mi celular, mi cartera, nos subimos al carro y no paramos hasta llegar al hospital.
Antes de salir de la casa de Rub, le hablé a Fred para decirle que me sentía muy mal, que iba a ir a la 25 y que necesitaba que llevara mi carnet.
Llegamos en menos de una hora y ahí ya estaba mi padre, esperando con mi carnet. Me bajé del carro y Ruben se fue a estacionar mientras nosotros nos metiamos al hospital.
Una vez en la vida traté de entrar a urgencias en la 25 pero no funcionó porque había demasiada gente. Por aquella vez y porque siempre que paso por ahí hay muchísima gente, me mentalicé a que iba a perder todo mi día en el hospital.
Afortunadamente, no había tanta gente.
La policía de la reja nos dio indicaciones: primero vayan a que evalúen su urgencia y de ahí, ellos les indicarán qué hacer. Me formé para la evaluación mientras Fred se formó para el trámite. Unos doctores me hicieron unas preguntas sobre mi urgencia y dolor, después me mandaron a la ventanilla donde estaba Fred para meter mis papeles para que un doctor me atendiera. El tramite fue rápido, nos tomó como unos 20 minutos.
Mientras esperábamos a que me llamara el doc, Ruben se asomaba por las rejas, fue la última vez que lo vi ese día.
No esperamos mucho, porque como dije, había poca gente. Fredo y yo creíamos que sólo era una infección en vías urinarias, de hecho, él estaba tan seguro que sólo era eso que quería apostar mi boleto para la premiere de Batman VS Superman. Hubiera perdido. Tontos, siempre pensamos que cosas así, inesperadas, sólo pasan en películas o, a las demás personas, pensamos que nunca nos pasará a nosotros.
Cuando me llamaron, entré como a una tipo sala que se dividía en dos: en la entrada estaban tres escritorios con sus respectivos médicos y sus maquinas de escribir. En una esquina estaba una camilla con cortinas. Del otro lado del cuarto estaban los enfermeros con sus gabinetes llenos de medicina, rodeados por unas sillas reclinables con números en papel.
No recuerdo el nombre del doctor pero me hizo unas preguntas y me revisó el estómago: salté, moví mis piernas en todas las direcciones, me presionó en todos los lados del estomago y, en todo los casos me dolía. Hizo pasar a mi papá y le explicó que me tenía que quedar en urgencias para hacerme unos exámenes para saber si era una infección o, en el peor de los casos, mi páncreas. Firmamos.
Me tomaron rayos x, fui a hacer pipi para estudios de orina, me sacaron sangre para más estudios y, al final, me dejaron suero. Todo eso nos tomó una hora, aproximadamente. Cuando me metieron la aguja para sacarme sangre, se me bajó la presión (otra vez) y, el doctor, que al mismo tiempo atendía a otro paciente, les dijo a los enfermeros que me metieran un shot de glucosa. Me sentí mejor.
Los enfermeros me hicieron elegir una silla y elegí la que estaba cerca del doctor que me atendió (para hacer preguntas y escuchar las urgencias de los demás pacientes y obvio, por si las dudas).
Sabía que la espera para los resultados iba a ser larga, así que me entretuve haciendo preguntas y comentarios a los enfermeros porque estaba aburrida y un poco asombrada, y necesitaba entender para qué me hacían todos esos estudios si, según Fred, sólo tenía una infección en vías urinarias. Estaba nerviosa, obvio, no sabía que tenía.
Fue el cambio de turno y pensé 'seguramente los de la tarde son peores médicos que los de la mañana' (porque en Grey's Anatomy me enseñaron que dependiendo tus calificaciones como estudiante de medicina es en el lugar y turno en que te colocan y obvio, la Clínica 25, lugar para una película zombie, no era un hospital prestigioso, ergo, los doctores no son prestigiosos) pero, en cuanto comenzaron a llegar los doctores y los enfermeros del turno de la tarde, me empezaron a revisar y a preguntar todo, una y otra vez, en ningún momento me dejaron sola.
Llegó Diego, el primer doctor que me atendió en la tarde, estaba con su residente, me revisaron, me preguntaron y llegaron a la misma conclusión que el médico general: esperar resultados. Pensé que ese doctor iba a ser mi doctor toda la tarde pero no, no fue así (aunque sí estuvo en el quirófano).
Después, llegó Andres, el mejor enfermero de todos. Uno de los personajes más importantes en esta historia porque no me dejó ni un momento sola, ni siquiera después de que me subieran a piso. Estoy muy agradecida con él. Neta, jamás había estado tan agradecida con alguien,
Cuando Andres estaba revisando mi suero, se me bajó la presión, ooootra vez. Y, ooootra vez, el médico general les dijo que me dieran otra cosa (no me acuerdo qué) y le comentó a mi enfermero que era la segunda vez que se me bajaba la presión (sin contar la de la mañana).
Mientras esto sucedía, la doctora Gabriela llegó. Me hizo más preguntas y me volvió a revisar. Lo mismo pero con un procedimiento diferente: necesitas un ultrasonido. Le habló a mi padre para explicarle qué era lo que estaba pasando y el procedimiento que se iba a llevar: su hija tiene un dolor en el vientre muy agudo y no logramos identificarlo, pueden ser varias cosas porque se le ha bajado la presión tres veces. Le vamos a hacer un ultrasonido para ver si podemos observar algo pero, para eso, la tenemos que internar, se tiene que poner esta bata.
Mi umbral de dolor es muy alto y conozco muy, muy, muy bien mi cuerpo y mis dolencias pero, en esta ocasión, no tenía ni puta idea de lo que tenía, y a eso, le sumaron lo de ponerme la bata: estaba sacadísima de onda.
En ese momento me di cuenta que uno de los problemas más grandes que enfrentan los doctores y pacientes es que muchas veces, sino es que la mayoría, los pacientes no saben identificar o describir el dolor y, por lo mismo, los doctores se dirigen a un lugar que nada que ver.
Fue un cotorreo ponerme la bata porque tenía el suero y estaba nerviosa, me reía de nervios. Me dejé las pantis porque no quería que me vieran mi cleft. Después, me hicieron recostarme en una camilla a lado de una señora que gritaba exageradamente de dolor. Seguramente es hipocondríaca, pensé. Cuando estaba lista, le entregaron mis pertenencias a mi padre (incluyendo el cel con el que me tomó foto en la camilla) y me metieron al lugar de las camillas donde había muchas desocupadas y sólo había como tres pacientes.
Llegó la doctora y me explicó: tenemos que llenarte la vejiga para que el ultrasonido salga mucho mejor. Ahí empezó la experiencia más incómoda que he tenido en toda mi vida. Llegó un doctor joven, al que había estado observando desde antes porque era torpe, se llama Carlos Fernando, vi su nombre en su gafete porque ni siquiera se presentó. Lamentablemente, él me puso la sonda. Afortunadamente, Andrés estaba ahí y le ayudó porque al parecer lo había hecho mal. Me empezaron a llenar la vejiga, mi dolor se intensificó al triple. Cuando mi vejiga se lleno de agua (no de orina), corrieron, literal, a sacarme el ultrasonido. Continúa la experiencia más incómoda que he tenido en toda mi vida. Me metieron a un cuarto con la persona más odiosa que conocí en mi estancia en el IMSS y con el "doctor" más torpe de todos: Carlos Fernando. Cuando me tocaron el vientre con la paleta del ultrasonido, el dolor era insoportable, me movía mucho y la señora del ultrasonido me dijo: si te sigues moviendo voy a tener que dejar el estudio para otra ocasión. WTF! Yo de buena gente le dije: no, te prometo que ya no me moveré. Cuando la tutee, me dijo: yo soy la doctora bla, bla, bla, como para que no le hablara de tú. Me valió, ni siquiera recuerdo su nombrecosasue no estaba concentrada. Llegó el punto en el que me dolía muchísimo que se me bajó la presión, por cuarta vez. Les dije: se me está bajando la presión, y sólo me miraron despectivamente y la señora me volvió a repetir lo de dejar el estudio para otro día mientras el otro doctorcito ni siquiera abría la boca, seguramente porque no sabía hablar. En fin, a pesar de mi sudor frío y mi debilidad, aguante como las grandes. Al final del ultrasonido, la señora le hizo un comentario al doctorcito sobre mi vientre. Le enseñó algo raro que estaba ahí, en mi pancita, y le dijo que tenía demasiado líquido en mi vientre. En ese momento supe que me iban a operar, porque la doctora le había dicho a mi padre que si había sangrado, era a huevo cirugía.
Cuando salí del ultrasonido, me abrieron la sonda para vaciar mi vejiga, pero yo no sabía que la sonda vaciaba la vejiga solita, yo pensé que tenía que concentrarme para hacer pipi. Mi papá me vio pálida (porque se me había bajado la presión) y asustada, porque sabía que lo más seguro era operar.
Me regresaron al lugar de las camillas. La doctora me soltó la sopa: ya llegaron tus estudios, tienes infección en vías urinarias y también tienes tres cuartos de litro de líquido en tu vientre (posiblemente sangre), lo cual no es normal y es demasiado peligroso. En el ultrasonido se observó algo raro y nos hace pensar en dos posibilidades: la primera (y menos probable) es que estés embarazada y el feto esté creciendo afuera de la matriz. Y la segunda (y más probable) es que ese liquido sea sangre, lo cual, representa una hemorragia interna que no sabemos qué lo esté causando. De cualquier forma, tenemos que abrir para saber qué hay y qué es lo que lo está causando para así, poder resolver el problema.
Llegó la Dra. Acosta, mi medico cirujano. Me explicó lo mismo. Le pedí que llamara a mi papá para que le explicara a él también. Moría de miedo, quería llorar. Pensaba en qué estaría haciendo si esto no hubiera pasado. Pensé en Ruben. Pensé en lo que estaba sintiendo mi papá.
Borré todo lo malo de mi cabeza, cuando mis pensamientos se desviaban al drama, los regresaba a ese tiempo y espacio. Inconscientemente pensaba que si me tiraba al drama, cosas malas iban a pasar, algo así como lo malo atrae mal. Pensé en que si me ponía nerviosa, la anestesia no iba a funcionar. Aunque, eso no me quitaba el miedo. Moría de miedo.
Aceptamos la cirugía. Firmamos. Le dijeron a los enfermeros que me prepararán porque en 15 minutos iba a entrar a quirófano. Le pedí a mi padre que ahora sí le avisara a mi mamá y a Ruben. Sólo a ellos.
Me vendaron los pies, los enfermeros se volvieron locos, ya no estaba en las manos de Andres. Me pusieron un catéter intravenoso color naranja, me quitaron el pequeño de la mano y me empezaron a meter shots de todo. Oomeprazol, antibiótico para la infección, suero, analgésicos. Hubo un momento en el que me inyectaron no sé qué que me empezó a picar donde estaba la sonda. Me desconectaron todo y me lo volvieron a conectar. En fin, a los doctores no les importó el desmadre que se traían los enfermeros, ellos sólo me querían lista para que el camillero me llevará al quirófano. En todo ese tiempo, me preguntaban y me preguntaban mi última fecha de menstruación, mis métodos anticonceptivos y si había posibilidad de que estuviera embarazada, todo, con la esperanza de que fuera un embarazo y no una hemorragia. Lamentablemente, aunque no me creían (porque joven al fin), no había posibilidad de embarazo.
Lista para quirófano, el dolor era más intenso, le pedí a Andres (que todavía estaba merodeando por mi camilla) que me informara de todo lo que pasara conmigo, le pedí que me explicara todo lo que no entendía y que no me dejara sola. También le di las gracias a las enfermeras, me dijeron que no tuviera miedo, que todo iba a salir bien, etc. La verdad, hice buenas migas con todos, hasta con los camilleros. Me gustaba cuando me llevaban en la camilla por todos lados y sólo veía las luces de los diferentes techos, se sentía rico.
Llegamos a la sala de operación. Fred me dio un beso y me dijo que nos veíamos más tarde. Nada de drama. Y a pesar de que me dolía muchísimo, seguía diciendo cosas graciosas y estupidas, seguramente era mi forma de ocultar el miedo. Moría de miedo.
Me metieron al quirófano, ahí me encontré a Diego, lo saludé. Las anestesiologas me explicaron que iban a utilizar anestesia general y me preguntaron unas cuantas cosas. Había como 6 personas en el quirófano, sin contar a la doctora. Esperamos como cinco minutos (bueno, no sé, el tiempo es relativo, y más en situaciones así). Mientras esperamos, les pregunté cosas estúpidas a los cirujanos como: ¿cuando despierte, seguiré en el quirófano o ya en un cuarto? ¿Cuánto tiempo tendré que esperar para poder hacer deporte otra vez?, ¿Tengo que contar hasta diez?
Llegó la doctora, pidió disculpa por llegar unos minutos tarde. Todo listo para la operación. Mi último comentario antes de que pusieran anestesia fue: chicos, todo va salir bien. Me acercaron la mascarilla y mientras me drogaban, una de las anestesiologas (seguramente residente) le explicaba a la otra el procedimiento que iban a llevar durante la operación. Sólo veía sus cabezas, sus ojos y, de repente, me di cuenta de que me estaba quedando dormida, y me dije: conque así se siente.
Desperté dos horas después.
Sólo hay imágenes, palabras y sensaciones vagas de cuando desperté. Estaban todos los médicos a mi alrededor, me llamaron por mi primer nombre, sentía una frío insoportable, temblaba de frío. Tenía muchas batas cubriéndome, tenía mucho sueño y frío. Miré alrededor, era un cuarto grande lleno de camillas, estaban todas solas, yo era la única en el cuarto. La mitad del cuarto estaba oscuro y al fondo había un cubículo en donde estaban todos los cirujanos. Me pusieron una lámpara para calentarme. Tenía ganas de vomitar. Muchas ganas de vomitar. No lo hice y sólo dormí. Cuando desperté, los cirujanos estaban cotorreando, unos se daban la vuelta para verme. Diego se acercó y me dijo: no puedo creer cuánta sangre tenías en el vientre. Al principio creí que estabas exagerando y que no era para tanto tu dolor pero, cuando te abrimos, me sorprendí de cuánta sangre tenías regada y que, aun así, tuvieras ganas de sonreirnos.
La doctora llegó y me explicó lo que me habían hecho, me dijo que mi pancita estaba llena de sangre, casi un litro de sangre regado entre mis órganos, me tuvieron que mover todos mis órganos para limpiar la sangre y luego cortar el estupido quiste hemorrágico que estaba cerca de un ovario. Ese idiota fue el causante de todo el rollo. ME MOVIERON LOS ÓRGANOS.
Lo único que me salía natural después de la cirugía, era mi sonrisa. Una enfermera me dijo: no puedo creer que estes sonriendo después de todo lo que te hicieron y lo que pasaste. Estuve como una hora en el cuarto de los cirujanos, después, me subieron a piso. Otra vez, un agradable paseo por el hospital en la camilla. Cuando llegamos al piso 7, mi padre estaba esperando ahí. Me acomodaron en la cama, me pusieron los analgésicos, el antibiótico y me dejaron con el suero. Tenía mucho sueño, todavía seguía bajo el efecto de la anestesia. Dormí, dormí, dormí.
 |
Paciente feliz |
Después de la noche más dolorosa de mi vida (la segunda noche, después de que se me pasara la anestesia) fui una paciente feliz, con mis kleenex que me llevó Eric, mi toalla de color rosa que me compró mi mamá para la próxima vez que vaya a la playa, mi botella de agua, mi celular, libros y por supuesto, Tokyo, el cirujano.
Por cierto, después de una semana, puedo decir que odio estar en esta situación. Odio, odio, odio todo esto.